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Carta de Adviento – 2020

El rostro de Jesús: el rostro de


Dios y de toda la humanidad
Roma, 20 de noviembre de 2020

Queridos hermanos y hermanas,


El año 2020, marcado por tanto sufrimiento, angustia y miedo y el pronóstico de un enor-
me aumento de la pobreza en el mundo, principalmente a causa del COVID-19, toca a su fin.
El horizonte del nuevo año 2021 se abre ante nosotros.
En la actual situación de angustia, como en todos los momentos de nuestra vida que están
acompañados de sufrimientos en diferentes grados de intensidad, hay Alguien que vive en
nosotros, cuyo Espíritu llega a cada rincón de nuestro ser. Él siempre está con nosotros, allí
donde vayamos, hagamos lo que hagamos, en cada segundo de la jornada, esperando mani-
festarse cuando le dejamos hacer. Siempre está dispuesto a darnos la esperanza allí donde no
hay esperanza, la paz allí donde no hay paz, sentido allí donde no hay sentido, una fe renovada
allí donde nuestra fe se ha tambaleado, el amor allí donde el odio se apodera de nosotros. Su
nombre es Jesús.
Sabemos que la persona de Jesús está en el corazón de la identidad de Vicente de Paúl como
místico de la Caridad, en el corazón de la espiritualidad y del carisma vicenciano. Jesús es nues-
tra razón de ser y la persona cuya manera de pensar, de sentir, de hablar y de actuar se convierte
en nuestro objetivo en la vida, por lo tanto, su cercanía a los que sufren es el modelo de vida de
Vicente y de aquellos que le siguen. No desviándose nunca de las situaciones de sufrimiento ni
de aquellos que han sido heridos, Vicente vio a Jesús en los pobres y a los pobres en Jesús:
«No hemos de considerar a un pobre campesino o a una pobre mujer según su aspecto ex-
terior, ni según la impresión de su espíritu, dado que con frecuencia no tienen ni la figura
ni el espíritu de las personas educadas, pues son vulgares y groseros. Pero dadle la vuelta
a la medalla y veréis con las luces de la fe que son ésos los que nos representan al Hijo de
Dios, que quiso ser pobre… ¡Dios mío! ¡Qué hermoso sería ver a los pobres, considerándo-
los en Dios y en el aprecio en que los tuvo Jesucristo!»1
Para ayudarnos a profundizar en la presencia de Jesús en quien está desfigurado, este Ad-
viento quisiera proponer una meditación sobre el icono del Salvador de Zvenigorod a partir de
las reflexiones del Padre Henri Nouwen. Andrei Rublev creó el icono, que también es llamado
«El Artesano de paz», en la Rusia del siglo XV. El icono se había perdido, pero fue encontrado
en 1918 en una granja, cerca de la catedral de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María
en la ciudad de Zvenigorod, en Rusia. Su encanto original y la perfección detallada del trabajo
del autor se han perdido; de hecho, fue encontrado en un estado de deterioro muy importante,
dañado y en ruinas.
Henri Nouwen, en su meditación sobre el icono, evoca el estado terrible en el que fue en-
contrado.
«Cuando vi el icono por primera vez, tuve claramente el sentimiento de que el rostro de
Cristo aparecía en medio de un gran caos. Un rostro triste pero siempre hermoso nos mira
a través de las ruinas del mundo… Para mí, este santo rostro expresa la profundidad de

1 SVP XI/4, 725 ; 165, extracto de una conferencia, «Sobre el espíritu de fe».

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la inmensa compasión de Dios en el corazón de nuestro mundo cada vez más violento. A
lo largo de muchos siglos de destrucción y de guerra, el rostro del Verbo encarnado ha ha-
blado de la misericordia de Dios, nos ha recordado la imagen a partir de la cual nosotros
hemos sido creados y nos ha llamado a la conversión. En efecto, es el rostro del Artesano
de paz»2.
Es precisamente el estado actual del icono del Salvador de Zvenigorod, el rostro estropeado
y desfigurado de Jesús, el que yo quisiera proponer para la meditación de Adviento de este año.
Adjunto la imagen del icono, que les invito a poner ante ustedes como medio de entrar más
profundamente en la reflexión y la contemplación.

Meditación sobre el icono del Salvador de Zvenigorod


- Contemplar el rostro de Jesús, es contemplar el rostro de Dios y de toda la humanidad.
- ¿Qué es lo que veo?
a) Veo una imagen muy dañada.
b) Al mismo tiempo, veo el rostro humano más tierno.
c) Veo unos ojos que penetran el corazón de Dios, así como el corazón de cada ser
humano.

a) Ver una imagen dañada


- El hermoso rostro de Jesús nos mira a través de las ruinas de nuestro mundo.
- Él pregunta: «¿Qué has hecho del trabajo de mis manos?»
- El icono expresa la profunda compasión de Dios en medio de nuestro mundo violento.
- Esto nos recuerda la imagen a partir de la que hemos sido creados y nos llama a la
conversión.
- Es el rostro de un Artesano de la paz.
- «Donde hay paz, allí está Dios»3
- Al mirar esta imagen dañada, oímos una llamada: «Venid a mí todos los que estáis can-
sados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas»
(Mateo 11, 28-29).

b) Ver el rostro humano más tierno


- El rostro magnífico de Jesús emerge de las ruinas.
- Nos damos cuenta de que Jesús nos mira directamente.
- Jesús nos ve y nos mira directamente a los ojos.
- Esto puede recordarnos el encuentro de Jesús y Pedro después de las negaciones de
este último. «… el Señor, volviéndose, le dirigió una mirada a Pedro, y Pedro se acor-
dó de la palabra que el Señor le había dicho» (Lc 22, 61).

2 Nouwen, Henri. Behold the Beauty of the Lord: Praying with Icons [Mirad la belleza del Señor: orar con
iconos], Ave Maria Press, 2007, páginas 68 y 70.
3 SVP IX/1, 249; conferencia 27, «Sobre la práctica del respeto mutuo y de la mansedumbre».

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- Como Pedro, debemos recordar:
• Nuestras promesas demasiado confiadas en nosotros mismos
• Nuestra incapacidad para mantenerlas
• Nuestra falta de fidelidad
• Nuestra impotencia cuando estamos solos.
- Pero, como a Pedro, también se nos recuerda:
• El amor que no nos abandona nunca
• Una compasión sin límites
• El perdón que siempre se nos ofrece.
- Cuando Pedro sintió la mirada de Jesús penetrar su ser más profundo, reconoció su
propia debilidad y el amor de Jesús: «Y, saliendo afuera, lloró amargamente» (Lc 22,
62).
- Eran lágrimas de arrepentimiento y de gratitud frente a un amor tan profundo.
- «Si nos hemos propuesto hacernos semejantes a este divino modelo y sentimos en
nuestros corazones este deseo y esta santa afición, es menester procurar conformar
nuestros pensamientos, nuestras obras y nuestras intenciones a las suyas»4
- El icono no fue pintado según un modelo humano, no fue una invención de Andrei
Rublev. Fue creado en la santa obediencia a una manera de pintar transmitida de ge-
neración en generación.
- El color más llamativo del icono es el azul intenso del manto que cubre los hombros
del Salvador. En los iconos griegos y rusos, Cristo está pintado con una túnica roja y
cubierto con un manto azul.
- El rojo es el color que representa la divinidad de Jesús.
- El azul es el color que representa la humanidad de Jesús.
- El azul de Andrei Rublev es mucho más brillante que de ordinario para acentuar aún
más la humanidad de Jesús.
- Esto nos muestra más claramente el rostro humano de Dios, el encanto irresistible de
Jesús.
- Contemplar este icono no produce el efecto de otros iconos de Cristo que subrayan
únicamente el esplendor y la majestad de Dios. En este icono, Cristo desciende de su
trono, toca nuestro hombro y nos invita a mirarlo.
- Su rostro no suscita miedo, sino amor.

c) Ver los ojos que penetran a la vez el corazón de Dios y el corazón de cada ser hu-
mano, el corazón de cada uno de nosotros

- Son los ojos de Jesús los que hacen que este icono produzca una experiencia tan pro-
funda.
- Los ojos de Jesús nos miran directamente y nos desafían.
- Los ojos están en el centro del icono.
- Nos recuerdan a las palabras del salmista:
«Señor, tú me sondeas y me conoces.
Me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
4 SVP XI/3, 383; conferencia 118, «Sobre la finalidad de la Congregación de la Misión».

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distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares» (Salmo 138, 1-3).
- Son los ojos de Dios que nos ve en nuestro ser más secreto y nos ama con su miseri-
cordia divina.
- «¿Dónde podremos ocultarnos, teniendo en cuenta tantas bondades de Dios sobre no-
sotros? Lo haremos en las llagas de nuestro Señor»5
- Los ojos expresan el deseo de escrutar el corazón de cada persona y de comprenderla.
- Esta experiencia de cara a cara nos conduce al corazón del gran misterio de la Encar-
nación.
- Cuando contemplamos los ojos de Jesús, sabemos que contemplamos los ojos de Dios.
- «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Juan 14, 9).
- «¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí?» (Juan 14, 10)
- Jesús es la plenitud de la revelación de Dios.
- Jesús es la imagen del Dios invisible.
- A través de las ruinas del mundo, vemos el rostro de Jesús, que no puede ser destruido
jamás.
- Los ojos de Jesús penetran la interioridad de Dios, igual que penetran el corazón de
cada persona humana, el corazón de cada uno de nosotros.
- Ver a Jesús nos conduce al corazón de Dios y al corazón de cada ser humano.
- «Veámonos en él y conformémonos con su voluntad, que es preferible a cualquier otro bien»6
- LA CONTEMPLACIÓN Y LA COMPASIÓN SE UNEN.

El domingo 6 de diciembre de 2020, la Familia vicenciana del mundo entero se reunirá


virtualmente para un tiempo de oración, en torno al tema «Unidos en la esperanza para
los pobres». Invito a todos los miembros de la Familia vicenciana, así como a todos los que
quisieran unirse a nosotros, a este tiempo de oración. Tengan la bondad de compartir esta in-
vitación en sus propias ramas, así como con los miembros de su familia y sus amigos.
La reflexión y la contemplación del icono del Salvador de Zvenigorod, tan íntimamente
ligado al tema de este tiempo de oración, pueden ayudarnos a participar en él aún más pro-
fundamente.
Que la experiencia del Adviento nos conduzca a la alegría interior de Navidad.
Su hermano en san Vicente,

Tomaž Mavrič, CM,


Presidente del
Comité Ejecutivo de la Familia Vicenciana.

5 SVP II, 87; carta 496, a Bernardo Coding, en Annecy.


6 SVP IV, 447; carta 1623, a Gerardo Brin, Sacerdote de la Misión, en Dax.

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